miércoles, 9 de octubre de 2013

Miriam Alejandra Mejia Rodriguez





“El Jergas”



En todos los centros mineros del mundo existen creencias y supersticiones relacionadas con el interior de la Tierra, con la oscuridad, con los metales. Por tal razón hay muchas leyendas de por lo menos un espíritu que cuida las minas y que vive adentro de ellas. Eso es lo que cuenta infinidad de mineros de cualquier rincón del planeta. El Altiplano potosino ha sido, desde la época colonial, gran productor de plata y de otros metales preciosos. Las zonas mineras más importantes están ubicadas en los municipios de Catorce, de Charcas, de Guadalcázar y de Villa de la Paz y en todos esos lugares se habla del famoso “Jergas”.



Una de las tantas versiones de leyendas que mencionan al Jergas explica que se trata de un espíritu que bien puede ayudar a un minero en desgracia o, por el contrario, hacer que caiga en desventura. Tiene dualidad de bueno y malo, dependiendo de a quien se le aparezca. Dicen que este espíritu casi siempre le sale a algún minero que se halla solo en un socavón. Cuando el Jergas anda de buenas, lleva al minero a las vetas más ricas y le ofrece riquezas o si encuentra a un minero accidentado, lo carga y lo saca para que sus compañeros lo auxilien. Pero si anda de malas, hace que el minero se pierda y no pueda salir.



Cuentan en Charcas que en una de las minas, al terminar el turno, todos los mineros iban de salida, pero uno de ellos se retrasó un poco porque había olvidado su lonchera. Ya venía casi saliendo cuando de pronto escuchó que alguien le dijo: «Oye, Juan, ven», y se regresó al pensar que algún compañero necesitaba ayuda. Entonces se encontró a un tipo desconocido que vestía ropas viejas, de color muy oscuro, como si estuviesen manchadas de tizne, botas muy raras y casco con lámpara de carburo, como se usaba antiguamente. Ese extraño minero le dijo que lo siguiera, pues le iba a señalar la ubicación de una veta de plata muy rica. Sin embargo, Juan se dio cuenta que tan singular y misterioso personaje no podía ser otro sino el Jergas, y prefirió buscar la salida lo más pronto posible. Una vez afuera, les contó a sus compañeros que acababa de ver al Jergas, pero nadie le creyó.




Al día siguiente, bajaron todos a la galería donde andaban trabajando y, a pesar de la escasa luz, de repente vieron que Juan salió volando como si lo jalaran desde el techo de esa galería. Sus compañeros se asombraron muchísimo porque Juan quedó sentado en una saliente adonde era prácticamente imposible subir o bajar. Unos mineros volvieron a la superficie y dieron aviso del «accidente», para después regresar con unos ingenieros provistos de equipo de rescate. Incluso los ingenieros no podían explicarse cómo le había hecho Juan para subir hasta donde se encontraba, pues ni haciendo uso de una escalera había posibilidad de llegar a ese punto. Con gran esfuerzo, lograron bajarlo de aquella saliente, y desde entonces Juan dejó de trabajar en las minas porque entendió que el Jergas quiso hacerle un regaló que él rechazó, y por tal motivo lo castigó.



 



 



 
 
 
 

“Los niños de Lir”

Hace muchos siglos, existió un rey llamado Lir, que era padre de cuatro niños. Tras la desaparición de la madre de los pequeños,  Lir se casó con otra mujer,  Aoife, que era tan hermosa como malvada y envidiosa, quería vivir sola con su marido, sin tener que preocuparse porque los pequeños le quitaran años mas tarde el trono.

Un día, cuando los niños estaban dándose un baño en el lago Derravagh ella convirtió a Aed, Conn, Fiacra y la pequeña Fionnuala en cuatro bellos cisnes, pues se trataba de una bruja. Ella les condenó a vivir con esa forma durante 900 años. Los primeros trescientos años tenían que vivir en éste lago, después en el mar de Moyle y los últimos trescientos años deberían pasarlos en el océano Atlántico.

Una vez transcurrido su tiempo de condena los cisnes escucharían el repicar de las campanas de una iglesia y sería cuando se convertirían en humanos. Pasados los nueve siglos fue así como ocurrió, pero al encontrarse en medio del océano y sin casi fuerzas para moverse por lo viejos que eran los pequeños perecieron en menos de medio minuto.

Desde entonces el cisne es un animal venerado en Irlanda y está prácticamente prohibido matar un animal de ésta especie en tierras irlandesas.

 


 
 

 


 

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